El fotógrafo y activista brasileño, de 80 años, inaugura en el espacio Drassanes de Barcelona su exposición ‘Amazonia’ con imágenes de gran formato de la selva amazónica y sus habitantes
La Amazonia es el territorio que baña el río más largo y caudaloso del mundo, el Amazonas, que en sus 6.400 kilómetros de trayecto hasta el mar y transporta una quinta parte del agua dulce en estado líquido del planeta. Se trata de un ecosistema selvático y virgen que alberga la mayor biodiversidad de la Tierra, además de algunas de las comunidades humanas menos contaminadas por la civilización.
Pero además de su valor genético y cultural, la Amazonia tiene un valor medioambiental incalculable como regulador de las lluvias en todo el mundo, y, por lo tanto, como estabilizador del cambio climático. La deforestación de sus bosques para convertirlos en campos de cultivo o pasto para ganado pone en serio peligro su función medioambiental.
Para llamar la atención sobre este hecho, el célebre fotógrafo brasileño Sebastião Salgado ha organizado la exposición Amazonia, que trae a Barcelona desde hoy y hasta el próximo 20 de abril de 2025. En ella muestra las imágenes tanto de paisajes amazónicos como de algunas de las tribus que los habitan.
Una advertencia contra el libre comercio y el consumismo
Salgado, que ha achacado al consumismo los problemas de la Amazonia, ha aprovechado la presentación de la muestra para expresar su rechazo a un futuro acuerdo Mercosur de libre comercio entre Europa y Latinoamérica, que si bien de momento no está firmado, sí se debate actualmente en los parlamentos de países de ambos bloques.
Para Salgado, el acuerdo pondría en peligro la Amazonia, un territorio que “es más grande que toda Europa”. Advierte que, de firmarse el acuerdo, la selva amazónica “será deforestada y utilizada para crear ganaderías y cultivos” y asegura que “un 17% (de la citada selva) ya está deforestada”. A este respecto, según declaró hace unas semanas la periodista y escritora brasileña Eliane Brum, gran divulgadora de la riqueza cultural y biológica amazónica y activista contra la crisis climática, “los expertos avisan de que si llega al 20%, no habrá posibilidad de revertir el daño al ecosistema”.
“Si matamos la Amazonia, matamos la vida en el planeta y, por descontado, nuestra especie”, sentencia Salgado. El fotógrafo, con un énfasis dramático y severo, teme que los políticos terminen firmando el acuerdo porque “ello implicará que la demanda de productos hortícolas y ganaderos de Europa respecto de América latina se disparará”. “¿Saben de dónde saldrá el terreno para cultivar más tierras y criar más ganado para que ustedes tengan productos baratos?”, se pregunta Salgado para inmediatamente responder, mientras asevera enfáticamente con la cabeza: “Sin duda de la selva virgen, que desaparecerá”.
Más de 200 fotografías y música de Jean-Michel Jarre
La exposición Amazonia se aloja en el espacio expositivo de las Drassanes Reials de Barcelona y muestra de más de 200 fotografías, en gran formato y retroiluminadas, realizadas a lo largo de nueve años por Salgado. Amazonia se complementa con siete películas y una ambientación sonora especialmente compuesta para el proyecto por el músico francés Jean-Michel Jarre.
Jarre ha recurrido, para armar las composiciones, al archivo de sonidos de la selva amazónica que se encuentra en el Museo Etnográfico de Ginebra. En cuanto a las películas, consisten en siete vídeos donde se muestran imágenes de la vida de las comunidades indígenas amazónicas, a la vez que ofrecen las declaraciones de nueve líderes de estas tribus.
La comisaria de la muestra es Lélia Wanick, pareja del fotógrafo que desde los principios de su carrera se ha encargado de gestionar y exponer la obra de Salgado. Wanick explica que Amazonia ha pasado previamente por numerosas ciudades y que “la semana pasada se estrenó también en Singapur”. Antes ha viajado a Londres y ha pasado por Madrid, de donde procede el actual montaje de Barcelona.
Wanick también destaca que “se trata de una exposición con placas en relieve que permiten a los ciegos apreciar la información de las imágenes de Sebastião. Adicionalmente, los visitantes pueden hacerse con unas lentes de realidad aumentada que les permiten sobreponer información complementaria a las imágenes que están observando, además de escuchar las explicaciones mediante audífonos.
Imágenes de gran formato
El formato de las imágenes, de dimensiones de varios metros de ancho, muestra el característico color blanco y negro fotográfico de las obras de Salgado, que le permiten resaltar formas, brillos y reflejos, siempre mostrando el contraste entre el agua y la densa vegetación circundante.
También recurre con frecuencia a la fotografía aérea, de la que explica que ha podido realizarla gracias a los helicópteros del Ejército Brasileño. Así, colgado con cuerdas de la puerta abierta de estas naves, Salgado revela –y de este modo puede apreciarse en la exposición– que ha conseguido fotografiar espectaculares tormentas en la inacabable llanura selvática de la Amazonia. “Pero lo que más me enorgullece es haber traído a la muestra algo totalmente desconocido como son las montañas de la Amazonia, que constituyen las cotas más altas del territorio brasileño”, apostilla.
En diversas imágenes pueden observarse estos macizos rocosos y los espectaculares saltos de agua que parten de ellos. Respecto a la recurrencia del agua en sus imágenes, el artista, que a sus 80 conserva un excelente forma física y anímica, destaca que “las dos únicas formas de aproximarte a la Amazonia es a través del agua y por el cielo, porque la foresta es tan densa que es imposible penetrarla”.
Un país de agua
Pero el fotógrafo matiza que principalmente este territorio es un país de agua, un territorio surcado por ríos que deja innumerables islotes de selva donde habitan hasta 133 tribus étnicas que hablan otros tantos idiomas, por lo que lo define como una reserva de la diversidad tanto animal como humana. Concluye, así, que la principal manera de moverse en este vasto territorio es navegando sus ríos y afluentes.
Ilustra esta aseveración con una anécdota: “La primera vez que entré en la Amazonia lo hice a través de un barco que salió de Manaos; navegamos 21 días y entonces el capitán nos dijo que debíamos volver si no queríamos quedarnos sin gasolina”. Así lo hicieron en otros 21 días de regreso.
“En total estuvimos 42 jornadas viajando por la Amazonia, más de lo que te tomaría navegar desde Barcelona a Tokio y regresar”, enfatiza con su discurso elocuente y seductor. También pone en relieve la importancia del ecosistema fluvial amazónico desvelando que “mientras aquí una riada puede subir el nivel del agua hasta tres metros, allí puede alcanzar los 27 metros”.
Añade que una parte importante del bosque amazónico “permanece inundado casi seis meses”, pero incide además en la presencia de lo que denomina “un Amazonas aéreo”, en referencia al agua que se evapora de la selva y que forma enormes nubes cargadas de agua que entran en circulación planetaria, influyendo en el régimen de lluvias global. Asegura que “se estima que cada árbol de la selva puede evaporar hasta 1.200 litros de agua por día”.
Convivencia con las comunidades indígenas
Salgado también exhibe en Amazonia numerosas fotografías de la vida cotidiana de algunas tribus amazónicas, con sus integrantes en diversas actividades que comprenden la caza o la pesca. Son muchas de ellas imágenes de jóvenes muchachas y muchachos que miran la cámara entre la indiferencia y el desafío. Salgado explica que no fue nada sencillo llegar hasta estos poblados aislados en la impenetrable selva.
“En primer lugar tienes que solicitar visitarlas a la Funai, la Fundación Nacional de los Indígenas en Brasil, que es una fundación pública ligada al Ministerio del Interior y que ha conseguido que en torno de 25% del territorio de Amazonia sea selva indígena protegida por la Constitución”, explica.
A partir de ahí, un miembro de la Funai viajará hasta el territorio de la etnia en cuestión y preguntará si aceptan la visita de Salgado. “Pueden pasar una o dos semanas hasta que se reúnen y deciden democráticamente si me aceptan o no”, revela. Entonces comienza un viaje fluvial que puede durar semanas y durante el cual, el curso del río se va estrechando, de modo que si bien comienzan con buques fluviales, terminan con lanchas motoras.
“Una vez en la zona, hay que pasar una cuarentena fijada por la Funai para eliminar cualquier rastro de gérmenes que pudieran afectar a los indígenas, porque ellos no tienen anticuerpos contra nuestras enfermedades”, agrega Salgado, quien concluye que la aproximación siempre es compleja y escrupulosa. “Tengo que llevar traductor, tengo que llevar un antropólogo que trabaja con esta comunidad y que conoce sus costumbres y también a alguien de la Funai que supervise todo”, termina.
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